La ecolocalización es la capacidad de emitir ultrasonidos y recibir ecos permitiendo a los animales que cuentan con esta capacidad (el murciélago por ejemplo),desenvolverse en condiciones de absoluta oscuridad. Ecolocalizadores del mundo, sed bienvenidos.

jueves, 21 de junio de 2007

Los inconsolables de la catorce




Hay veces que la vida se empeña en transcurrir por una sola calle. Esa noche, la calle en cuestión sería la catorce. En la librería Lectorum de Manhattan se reunía una vez más el Café Nueva York.

Llegué cuando ya estaban preparadas las sillas pero todavía no habían llegado todos los protagonistas. La velada estaba dedicada a la américa continental y fue la mexicana Carmen Boullosa quien presentó a los invitados. Comenzaron los profesores Malva Filer, City University of New York, y Claudio Remeseira, Director del Hispanic New York Seminar en Columbia University. La primera dedicó su charla a dos argentinos, Manuel Puig y Luisa Valenzuela, y recalcó la fecha de nacimiento de la última, que al perecer fue un dato que costó años de investigación, ya que la autora de Hay que sonreir –déjenme que escriba este título que me parece un hallazgo- sólo en un día raro de desvelar secretos confesó que llevaba lustros quitándose años. Definitivamente, dijo Malva, nació en 1938. Luego nos contaría Carmen Boullosa en la cena que tanto Luisa como su madre fueron dos mujeres muy hermosas que construyeron su identidad a fuerza de coquetería. La charla de Claudio fue enciclopédica y me sería imposible repetir su recuento. Pero me quedé con una frase que de alguna forma me consoló de todos los males que se sufren en la capital del mundo y me reconcilió con mi decisión de vivir entre estragos: “Nueva York es la verdadera capital cultural Latinoamericana”.

Aplausos y cambio en la mesa.

Subieron los autores y para no dar lugar a valenzueladas Cármen nos dio el año de nacimiento de cada uno: 70, 67 y 54, vayan ustedes a echar cuentas. Empezó la más joven, la chilena Lina Meruane, quien leyó dos fragmentos de su última novela, todavía inédita, Fruta podrida: Llamó la atención, el ritmo y la contundencia de las palabras. Páginas escritas a golpes, a golpes de corazón diría yo: pum-pum, pum-pum, completando el ciclo cardiaco. El boliviano Edmundo Paz Soldán fue el segundo en la lista, nos leyó el comienzo de su novela Palacio quemado, y después un cuento entre la autobiografía y el ensayo titulado, “Inconsolable”. Edmundo nos sentenció mientras reflexionaba entorno al adjetivo de seis sílabas que soltó como quien no dice nada pero dispara. La verdad es que las balas se quedaron bajo la piel del auditorio, porque una palabra como ésa fermenta igual que la fruta de Lina en la cabeza. Carmen Boullosa también sintió el tiro, pero como una mujer sabia supo recomponerse y seguir con su lectura, la tercera del día. Leyó un fragmento de un cuento de título difícil, en donde el número tres y las copas eran tan protagonistas cómo sus célebres personajes. Con humor y melancolía Cármen relató la muerte de Ruben Darío, que precisamente vivió en esa misma calle catorce que ya nos había atrapado sin decir nada.

En el tarot marsellés el arcano tercero es la emperatriz, símbolo del poder femenino, y el tres de copas está representado por tres jóvenes, como los de la mesa -fechas del carné de identidad aparte- que danzan esgrimiendo sus copas y hace referencia a la celebración y al encuentro, y así nosotros, público y autores, florecimos cuando llegó el vino y brindamos a la salud de Juan Pablo, que la vida es corta y vale más celebrarla, y quizá supimos hacerlo tan bien porque tanto los que leyeron como los que escuchamos sabemos que el abismo está a un paso y así el grupo rezagado de la cena acabó hablando de terapeutas, ataques de pánico y de lo complicados que son los chilenos. Fue otra vez de vuelta en la calle catorce, de la que intentamos escapar sin éxito como en una película de Buñuel, dijo Juan Pablo. Terminamos en la Nacional tomando tapas con vino de Jumilla y por favor, no pequen de incautos, que no estuvimos allí hasta que nos echaron por cualquier cosa, sino porque unos y otros sabíamos, y lo que es más importante, sabíamos que los otros sabían, que todos y cada uno pertenecíamos al grupo de los inconsolables. Por eso reímos juntos aquella noche hasta que fallaron las fuerzas, porque la risa es la forma más digna que ha inventado el ser humano para llorar en grupo.

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